viernes, 20 de mayo de 2011

Una historia de mi prehistoria

Desempleado

 Desde que contrajo matrimonio, Augusto no hace más que pensar en la mala situación económica que lo rodea. Ahora tiene nuevas responsabilidades por las cuales responder, la alimentación de su hijo, la felicidad de su amada esposa, pagar los servicios públicos, los impuestos… Como al parecer el titulo de contador y sus excelentes notas no le alcanzan para convencer a las empresas de su buen desempeño laboral, se siente obligado a derribar el orgullo y trabajar como taxista nocturno en las oscuras calles de Bogotá.

El ser taxista le ha permitido conocer lugares remotos de la ciudad y también observar la calidad de vida que se manifiesta en las oscuras noches. Parecen murciélagos aquéllos que sólo salen bajo la luz de la luna: ladrones, prostitutas, borrachos, ambulantes, drogadictos… Todo ello reunido por montones. Augusto procura no tomarle mucha atención a lo que ocurre a su alrededor mientras transita por las calles. Todas las noches antes de comenzar el trabajo, se asegura que la radio esté en perfectas condiciones, pues sin ella, no le sería posible distraer su mente de tan aberrantes escenas.

Una noche, Augusto es detenido por un sujeto que no logra sostener su propio cuerpo, sus piernas se tambalean de un lado a otro y su cabeza parece tener más peso que su propio maletín. Es un sujeto de tez morena, viste una corbata azul celeste no muy atractiva para el gusto de Augusto. Bastante desarreglado el nuevo cliente, su corbata celeste le cuelga como lengua de perro y parece que a su fina camisa le faltan unos cuantos botones por ajustar. Al entrar este personaje al taxi, Augusto percibe un olor tan característico de personas como aquél, que en tan sólo un instante sabe con quién le tocará lidiar esa noche. Augusto, en sus entrañas, maldice aquélla bebida embrutecedora de almas. Sin embargo procura ser amable, sabe muy bien que en más de una ocasión ha caído en los tentáculos finos y placenteros del licor. Calle 145 con quinta es la dirección que el sujeto de tez morena le indica con dificultad.

Durante la trayectoria, Augusto logra entablar conversación con el sujeto a pesar de su estado. No acostumbra a hablar con borrachos, pero aquél sujeto era particularmente diferente, no sabía si era de esos borrachos que suelen ser bastantes simpáticos con las personas, pero en ese instante lo era. Mantuvieron conversación de sus familias, de la situación económica, de los políticos corruptos… en fin, Augusto no entendía cómo lograron mantener una conversación tan complaciente en tan corto tiempo. Sin embargo aquel momento de risas, se convierte en un momento de amargura para Augusto cuando un repulsivo olor invade el pequeño auto amarillo. En ese instante, perturbado gira su cabeza y observa lo que efectivamente se genera cuando a un  borracho le produce náuseas en un carro y no tiene talegos a la mano. Sólo maldiciones se le pasan por la mente, pero jamás se imaginó que aquél movimiento de cabeza al volante, le sería fatal tanto para él como para aquél hombre de corbata celeste y tez morena: Junto con otro sujeto que se encuentran frente a frente, lata con lata, salen volando por el cielo entre carcasas destrozadas y motores arruinados. Al cerrar sus ojos, Augusto resignado le dice adiós a todo lo vivido.

Augusto se despide de la vida, pero la vida no se quiere despedir de él. Las secuelas de aquel trágico accidente cesan.

Tiempo después Augusto asiste nervioso a una entrevista de trabajo para desempeñarse como jefe contable en una de las empresas más prestigiosas de la ciudad. Nunca le interesó saber cómo el tal Germán Calderón Lozano, emisor de la carta, logró contactar con él. Lo único cierto es que aquella carta de empleo era de verdad, la tenía en sus manos, la podía palpar, releer, doblar, desdoblar. Estaba emocionado.  

Al entrar a la oficina del tal Germán Calderón, Augusto es atendido por un sujeto bastante particular. Era aquel hombre simpático de tez morena y corbata celeste, aquel hombrecillo de piernas tambaleantes y cuya cabeza le pesaba más que su propio maletín, el gerente de su futuro trabajo.

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